En el rito funerario de la etnia de los Mossi en Burkina Faso, un pariente de la persona fallecida viste la ropa del muerto, imita sus gestos, su manera de andar y su forma de hablar. Sus sobrinos le llaman “tío”, su esposa “marido” y sus hijos “papá”. Se despiden, le abrazan y le transmiten lo que quieren que sepa antes de que su “alma” definitivamente se vaya. En la etnia Diola, en Senegal, las personas que fallecen deben presidir sus funerales. Los músicos tocan animádamente mientras que el muerto con sus mejores ropajes y sentado en un sofá, es llevado en procesión hasta el lugar donde se le inhuma.

A lo largo de toda la historia de la humanidad ha habido evidencias de la realización de ritos funerarios para escenificar el paso de la vida a la muerte. Este proceso grupal facilita asumir que ya no se va a ver a la persona querida, y constituye un antes y un después. Dependiendo de la cultura y sus creencias, este ritual lo viven de una manera más o menos triste.

El coronavirus trastoca hasta el rito del duelo

Actualmente en España y en otros lugares de Europa y de Asia, a raíz de las medidas de confinamiento de las poblaciones para poder derrotar la pandemia del coronavirus, las personas que pierden a sus seres queridos están viviéndolo de una manera doblemente traumática: primero por la pérdida, y posteriormente por no poderse reunir, abrazar, besar a sus seres queridos, contar anécdotas sobre el fallecido, recordar sus características personales y compartir todas esas emociones conjuntamente.

Los ritos, facilitan a nuestro cerebro integrar y “digerir” emocionalmente la perdida. Aunque la parte cognitiva se sepa la “teoría”: que la persona ha fallecido y eso supone que no le va a volver a ver más; la parte emocional (el sistema límbico) tiene que experienciar y sentir que la persona ya no está físicamente y no vamos a poder hablar con ella, tocarla y besar nunca más. Para que el cerebro integre la información proveniente de la parte racional y de la parte emocional es fundamental VIVIR el rito y compartir las emociones conjuntamente con los demás miembros de la familia: llorar, reír, recordar… facilitan la catarsis emocional, es decir que las emociones salgan, se canalicen y nos preparen para asumir emocionalmente la pérdida viviéndolo como un duelo sano.

Hay muchas familias que, por obvias razones sanitarias ante la pandemia del coronavirus, no están pudiendo vivir el rito de paso de la vida a la muerte con sus seres queridos, lo que hace que puedan tener una sensación de irrealidad, de despersonalización, de rabia y de miedo, ya que no pueden drenar sus emociones amortiguándose mutuamente con sus seres queridos en un ritual funerario.

Es fundamental, que cuando termine esta pesadilla, las familias se unan y ritualicen la pérdida de su familiar. Ver fotos, contar anécdotas, recordar, llorar, expresar la rabia, comer su comida favorita, brindar por él/ella… siempre es muy duro perder a un ser querido, pero es más traumático si no podemos compartir los recuerdos y las emociones en un rito. Estos rituales pueden no gustar a mucha gente, ya que sin duda implican dolor emocional, pero el dolor es consustancial a la vida y, está comprobado que cuando no se drenan las emociones apropiadamente y se tienden a controlarlas para aparentar normalidad (“esto no está pasando”), meses, incluso años más tarde, nuestro sistema emocional colapsa y se desarrolla lo que llamamos el estrés postraumático con síntomas demorados: es como si de repente reventase una presa que contiene una masa creciente de agua hasta que ya no puede más y arrasa todo. Afortunadamente podemos prevenir estos síntomas exponiéndonos y ritualizando la pérdida: nuestros seres queridos lo merecen, nosotros lo necesitamos.

“A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd.” (Alphonse de Lamartine)

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