De repente todo se para. Lo que hasta hace tan solo unos días funcionaba, ahora, de repente, ha implosionado. Y el cuerpo habla en el ocaso del día: presión en el pecho, inquietud, incertidumbre, alerta, irritación… Pero al mismo tiempo, hay ráfagas racheadas de esperanza y curiosidad. El ritmo vertiginoso, automático, que hacía que los días, las semanas y los meses pasasen sin enterarnos, ahora se transforma en la relatividad del tiempo, ralentizado. En tan solo una semana, cabe el año anterior. Hay muchas cosas que entender, muchas sensaciones amalgamadas, miedo, tensión, curiosidad, oportunidad, tristeza… la construcción del mundo tal y como lo hemos vivido cambia. Pero no sabemos cómo ni en qué dirección.
Y nos damos cuenta de que no necesitamos nada más que estar a salvo y preservar nuestra salud y la de nuestros seres queridos. Y la de los demás, porque de esa manera también estaremos a salvo nosotros. Los egoístas, por egoísmo se quedan en casa para cuidar su salud y no verse infectados. Los solidarios, por solidaridad, se atrincheran para no contaminar a los demás. El “agobio” por organizar las vacaciones se evapora. Las habitaciones cambian su función, y donde dormía la abuela ahora es un puesto del departamento de contabilidad de la empresa. Y la mesa de la cocina se convierte en los pupitres de una especie de escuela rural dónde mientras que una niña hace multiplicaciones de dos cifras, en la silla de al lado su hermano aprende a leer.
Y aparece la divinidad en forma de trabajadores doblando turno exponiendo su vida para salvar y servir a los demás. Y lo demoníaco cristalizándose en la bajeza moral de los que se marchan de puente para esparcir su miseria en sus segundas residencias.
Y todo pasará, porque siempre todo pasa. Y mucha gente se quedará en el camino. Pero quizá aprenderemos una lección. Y quitaremos el grano de la paja. Y, tal vez, viviremos más conectados a lo esencial y a lo importante. Pero ahora, en mitad de la tempestad, deberemos izar las velas y dirigirnos hacia la misma dirección, porque si dudamos hacia donde nos dirigimos en el azote de la tormenta, nos hundimos todos. Y velaremos a los caídos en la batalla, y contaremos a los nacidos el relato de lo esencial de la vida: VIVIR.
Estoy absolutamente de acuerdo con tu testimonio. Gracias!
Me ha encantado y estoy totalmente de acuerdo con lo que dices.
Muchas gracias por compartir y seguir ayudando.
Cuidaros y cuando pase todo esto podamos abrazarnos.
Vivimos en una sociedad con una presión muy inferior a la exterior haciendo que las paredes de nuestras vidas se rompan hacia dentro. El cuerpo nos habla, nos dice cosas al oído, nos susurra y siempre o casi siempre pasamos de él. Tenemos curiosidad hasta cuando tenemos miedo. Ya no sabemos identificar la duda porque vivimos en la incertidumbre, una situación excepcional para todos, pero no olvidemos que esto que hoy ocurre otros ya pasaron por ello y nadie recuerda cómo era antes todo esto. Hemos seguido evolucionando y todo ha seguido su naturaleza, lo establecido en los genes de nuestro planeta. No queremos dejar de ser individuos dentro de nuestra especie, ese instinto natural a la supervivencia. Coincido contigo, «ars vivendi».
En estos días de soledad individual que todos vivimos, nos queda una leve esperanza de soltar vida para todos los demás en modo de aplausos desde nuestros balcones, con nuestros gritos de tensión contenida desde nuestras ventanas, implorando a toda esa divinidad.
Precioso…
Muy bonito, muchas gracias por estas palabras que tanto ilustran y reconfortan.
Hermosa reflexión. Cada una de tus palabras se encadenan en un todo universal: las emociones ante lo desconocido. Una nueva realidad se vislumbra y
como bien dices, la travesía hemos de hacerla juntos, izando las velas a toda caña.
Sigue escribiendo Carlos.
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Quizá más alto… (Depende de cómo lo lea uno), pero desde luego que no más claro, Carlos.
Uno en prosa, otro en verso… pero al final la clave está en esto: soltar lo que llevas dentro, ya sea para desfogar o para alentar a otras personas a un bien común, como es el caso.
Fuerte abrazo, me alegro de leerte.