Una gacela en mitad de la sabana africana se acerca a beber a un río. A escasos metros se encuentra un arbusto. Mientras que se dispone a beber acercándose tímidamente a la orilla del río, se escucha un ruido en las hojas del arbusto. La gacela, sobresaltada, deja de beber y orienta toda su atención hacia el origen del ruido, ante la duda, deja de beber y huye corriendo. Se escucha una voz en off diciendo “piensa en positivo seguramente sea el viento rozando las hojas”. Podría ser el viento, sin duda, pero podría ser una leona al acecho preparando su ataque para darse un festín. Ante la duda preferimos pensar lo más peligroso para poder, en su caso, sobrevivir. Es lo más adaptativo.

Nuestro cerebro animal (el sistema límbico) está más preparado para la supervivencia que para la felicidad. Tiene su sentido. Si no estamos seguros y a salvo, no podemos invertir nuestra energía en disfrutar.

En unos famosos experimentos de psicología social, se presentaba una serie de fotografías dónde se mostraban rápidamente caras de personas enfadadas, intercaladas con caras de personas sonrientes. Se presentaban secuencialmente fotografías de un grupo de personas sonrientes y una de ellas estaba enfadada. Mediante el análisis EOG (electroculograma) viendo dónde se fijaban los ojos y el tiempo de respuesta de fijación, los experimentadores demostraron que la inmensa mayoría de sujetos experimentales fijaban más rápido su atención a las caras enfadadas. Se demostró que era un patrón inconsciente. El cerebro centra la atención a estímulos potencialmente peligrosos más rápido que a estímulos no peligrosos. Las caras enfadadas eran más peligrosas que las sonrientes.

A lo largo del día, se estima según estudios, que brotan alrededor de 40.000 pensamientos por nuestra mente. La mayor parte de ellos son automáticos. Y la mayor parte de ellos son pensamientos encaminados a asegurar nuestra supervivencia. Solo unos pocos, los que son más conscientes se centran en lo positivo. Pero lo positivo, no se suele pensar. Se disfruta y se experiencia. Cuando estás escuchando una canción vibrante, leyendo un libro apasionante, teniendo una conversación fascinante o tomando una exquisita tarta de queso, la mente consciente no está pensando “que bien me lo estoy pasando, voy a seguir disfrutando”. No lo piensa, simplemente lo disfruta y se conectada con el momento presente. Pensamos en lo positivo cuando recordamos algo agradable, o cuando nos imaginamos algo que nos apetece mucho (un viaje, el estreno de una película, la llegada del fin de semana).

¿Significa esto que estamos condenados a pensar en negativo y por lo tanto a sufrir? En absoluto. La mayor parte de situaciones que vivimos son situaciones ambiguas. No tienen un matiz peligroso para nuestra supervivencia. Son más bien, peligros psicológicos (me echarán de mi trabajo, me veré debajo de un puente, mi mujer/marido me dejará, seguro que hago el ridículo en la charla…). Nuestra realidad la construimos nosotros mismos. Dependiendo de cómo nos contemos la película, y sobre todo de cómo ACTUEMOS, va a determinar cómo es nuestra respuesta emocional. Si ante una crisis, nos paralizamos y nos damos el discurso de que NO PODEMOS HACER NADA, es natural que nos bloqueemos y, que la profecía de no poder hacer nada se cumpla.

Podemos entrenarnos, en cambiar nuestro «mapa mental» por el cual percibimos y reaccionamos a la realidad. Es lo que hacemos DIARIAMENTE los psicólogos en nuestra práctica clínica. De esta manera las personas con crisis de pánico pierden el miedo a su propio miedo, las personas con depresión comienzan a ver el mundo en colores y a protagonizar su vida, las personas con rituales compulsivos salen de la cárcel en la que se ha convertido su mente etc…

Pensamiento Positivo y Coronavirus

Pero repetir el mantra del pensamiento positivo, aparte de ser acientífico es peligroso. En la crisis sanitaria actual del coronavirus, dónde el riesgo de sufrir una enfermedad grave, o de contagiar a alguna persona vulnerable y que fallezca es alto, debemos PENSAR NEGATIVAMENTE. Es decir, el peligro es real, por lo tanto, el miedo, que es el motor de esos pensamientos es la emoción más apropiada para afrontar esta situación. Esto no significa estar absortos y secuestrados por el miedo las 24 horas, pero es muy útil para afrontar determinadas situaciones. Debemos aprender a clasificar las emociones y los pensamientos que subyacen, no en negativos y en positivos, sino en adaptativos y desadaptativos. Pensar que va a ir todo bien y salir a la calle sin protegernos de la pandemia, no es pensamiento positivo, es irresponsable y desadaptativo. No estar triste cuando un ser querido ha fallecido, no es “llevarlo con entereza”, sino no enterarse emocionalmente de lo que ha ocurrido y, por lo tanto, lejos de ser positivo es tremendamente disfuncional.

El martillo no es mejor que el destornillador. Ni el destornillador mejor que el martillo. Son útiles o inútiles dependiendo de para qué tarea de bricolaje lo necesitemos.

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