Einstein decía que hay que intentar simplificar todo lo posible las cosas, pero no más de lo posible. La mente humana tiene una increíble capacidad de adaptación, de cambio y de flexibilidad. Pero también tiene la capacidad de intrincarse, hacerse “nudos mentales” y volverse rígida. Depende de cómo percibamos la realidad y las decisiones que tomemos. Ser padre es una de las situaciones a la que mucha gente se enfrenta a lo largo de su vida y que genera un mayor punto de inflexión.

Ante el empacho de libros de autoayuda, charlas, escuelas de padres etc… cada vez se valora más la síntesis, la sencillez, la reducción de la complejidad para poder ver las cosas de una manera clara y directa. Ante el reto de ser padre, inicialmente se activan miedos e inseguridades latentes que afloran en el transcurso del desarrollo de del niño. Para volver sencillo lo complejo, reduciremos a 3 INGREDIENTES, los necesarios para que se produzca un apego seguro y saludable en el niño/a que redunde en un buen desarrollo psico-afectivo.

1. AFECTO

“No le cojas en brazos que se acostumbra”. Todos hemos escuchado esta frase, uno de los mitos más difundidos en el imaginario popular. Abrazar, besar, mirar a los ojos y decir te quiero, no genera más que beneficios a los niños en el desarrollo emocional e incluso en el desarrollo físico como afirman todos los estudios psico-evolutivos sobre este asunto. El hecho de que las primeras interacciones con las figuras paternas sean afectivas de manera incondicional, va a generar un apego seguro en el niño, caldo de cultivo esencial para desarrollar autonomía, independencia y seguridad en uno mismo. Por lo tanto, no nos inhibamos: abracemos, besemos y digamos te quiero. A lo largo de mis 14 años de experiencia clínica, nunca me ha venido una persona a terapia porque sus padres le dieron mucho afecto.

2. DARLE AUTONOMÍA

Una de las peores cosas que se puede hacer con los hijos/as es ejecutar por ellos tareas que pueden (y deben) hacer por ellos mismos. Cuando se interviene de manera frecuente, para “facilitar” las cosas, realizando tareas que podrían realizar ellos o ellas (vestirles, hacerles los deberes, estudiar con ellos…) se genera lo que llamamos un doble vínculo: una trampa irresoluble en la comunicación en la que se lanzan dos mensajes contradictorios: el primero es el más explícito “hago esto por ti porque te quiero”. Pero el segundo es más oculto, más sibilino, más inconsciente pero mucho más potente, perdurable y penetrante: “lo hago por ti porque tú no sabes hacerlo sólo. No confío en ti”. Esta segunda instrucción cala y penetra directamente en el mecanismo de autoestima del niño/a destruyéndolo y generando asimismo rabia y frustración. Esto no es amor, es dependencia insana. Si el niño tiene las capacidades psicomotoras para realizar una conducta de manera autónoma dejémosle que lo haga por sí mismo/a. Si puede coger la cuchara y llevársela a la boca, dejémosle, si ya tiene la suficiente fuerza para quitarse los zapatos: dejémosle. Es mucho mejor un error o imperfección cometido de manera autónoma que una “ayuda” ejecutada por otra persona.3

3. LÍMITES

Cualquier interacción humana es bidireccional. Es decir, todos los actos y comunicación que una parte emite, repercute en la otra y viceversa. Desde el momento del nacimiento, el bebé empieza a comunicarse. Según va desarrollándose y cuando va siendo más autónomo va tanteando los límites: qué es lo que se puede y lo que no. Es como un proceso de intento de negociación constante. Los límites han de ser pocos pero firmes y consistentes. Por ejemplo, si establecemos que no se puede levantar de la mesa si no ha terminado de cenar se lo decimos de manera firme y concisa mirándole a los ojos y mantenemos el límite inquebrantable a pesar de sus chantajes emocionales. No todo es negociable. No todo hay que hablarlo. Las leyes en un Estado han de ser pocas, pero que se cumplan y se apliquen a todos por igual. En casa ha de ocurrir lo mismo. Cuanto más instrucciones y límites queremos imponer, menos probable es que lo cumplamos y lo mantengamos. El ser inconsistente en los límites (a veces vale y otras no), genera desorientación, inconsistencia y lo que es peor más persistencia en la lucha por parte del niño, por lo tanto más pérdida del autocontrol por parte de los padres y por lo tanto un mensaje potentemente negativo para el niño/a: “no tengo el control, no tengo autoridad sobre ti”. Estos mensajes van directamente al mecanismo de regulación emocional del niño, generando inestabilidad y desorientación. Cuando le decimos mirándole a los ojos, con voz tranquila, firme y de manera escueta lo que puede hacer y lo que no, en una situación determinada, y posteriormente somos coherentes en el cumplimiento de esos límites, el mensaje implícito que le estamos transmitiendo es “tengo el control y te lo traspaso a ti”.

Obviamente sobre el papel es más fácil que sobre el “terreno de juego”, pero es fundamental introducir un reductor de complejidad en todo lo que hagamos en nuestra vida para ser más eficientes. Si tenemos claros estos 3 INGREDIENTES y nos entrenamos es aplicarlos, podemos transformar en fácil lo difícil. No hay nada más práctico que una buena teoría.

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